
Por: Dr. Nicolás Espinosa
Médico Especialista en neurologia infantil
Director Médico de Neuroinfant
Jefe de Servicio de Neurología Infantil del Hospital Metropolitano
Profesor de Posgrado de Pediatría, PUCE
Si algo he aprendido tras años de trabajar con niños en el espectro autista —no solo desde la teoría, sino desde el día a día con sus familias— es que el verdadero avance no depende de sumar más terapias, programas o sesiones. Depende, ante todo, de enfocar la mirada hacia lo que realmente importa. En otras palabras: no se trata de hacer más, sino de hacer lo correcto.
Cuando a un niño se le diagnostica autismo, la familia suele entrar en un torbellino donde todo es urgente: lenguaje, habilidades sociales, regulación emocional, conductas repetitivas, desempeño académico. Es como querer apagar mil fuegos a la vez. Comprensiblemente, algunos padres inscriben a sus hijos en un sinfín de actividades, con la esperanza de abarcarlo todo. El resultado, sin embargo, suele ser un estancamiento decepcionante. La clave está en cambiar el juego: priorizar las metas cruciales que tienen el potencial de desbloquear el progreso en cadena.
Al focalizar en unas pocas metas —por ejemplo, la atención conjunta o el control inhibitorio— la familia libera su energía de la dispersión y la dirige a construir las bases que harán que todos los demás aprendizajes fluyan con naturalidad. Es un poco como dejar de intentar mover el muro de un golpe y concentrarse en la puerta que nos permitirá entrar al otro lado.
“Atención conjunta”: el eje invisible que conecta mundos
Una de las habilidades más subestimadas, y a la vez más transformadoras, es la atención conjunta. Imagina por un momento que quieres enseñar a un niño una palabra nueva: la capacidad de compartir el foco de interés —mirar juntos un objeto, un gesto, una imagen— puede abrir la puerta a la comunicación, el lenguaje y la interacción social. Sin atención conjunta sólida, estás tratando de sintonizar una radio en mitad del ruido.
Cuando la familia decide trabajar primero en esta habilidad tan simple en apariencia, se establece un canal de conexión poderoso. Un niño que aprende a conectarse con otras personas y su entorno, al compartir ese momento de entendimiento sin palabras, crea el cimiento para posteriores avances. Ahí surge de manera mucho mas efectiva: el lenguaje o fluye con mayor facilidad; las habilidades sociales no son batallas cuesta arriba, sino diálogos más fluidos; y el aprendizaje académico deja de ser un callejón sin salida.
En una consulta reciente una madre tras semanas de concentrarse principalmente en la atención conjunta: “Todo dejó de parecer un laberinto. Comenzó a ser un camino por el que podíamos transitar.”
“Control inhibitorio: la llave para manejar el manejo social”
El control inhibitorio es la otra pieza cardinal de este rompecabezas. Sin él, incluso las intervenciones mejor diseñadas pueden verse limitadas o ser inefectivas. Piensa en un niño que se siente ansioso, agitado, que no puede frenar un impulso para responder, interrumpir o abandonar una tarea. No es que el niño no quiera aprender, es que sus emociones y su atención se comportan como un mar embravecido: sin un timón que lo dirija, cualquier estrategia se desbarata en la orilla.
Al desarrollar el control inhibitorio, el niño aprende a manejar su impulsividad, a soportar la frustración el tiempo suficiente para alcanzar una meta, a seguir una instrucción o a involucrarse en un juego cooperativo. Este avance libera el camino para nuevas experiencias positivas: ya no se trata de luchar contra la ola, sino de aprender a surfearla. Y una vez que esa habilidad se asienta, las puertas a la interacción social, al trabajo en grupo, al aprendizaje ordenado, se abren de par en par.
El valor de medir el progreso: tableros de resultados y responsabilidad compartida
Cualquier transformación real requiere un método para registrar si avanzamos o nos quedamos parados. Aquí entran en juego los tableros de resultados, una estrategia simple y util. Al medir cuántas veces al día el niño sigue una mirada, aguanta una frustración o completa un turno en un juego, las familias y los terapeutas pueden observar progresos que, de otra forma, pasarían desapercibidos.
Es como llevar un diario de pequeñas victorias. Esos datos no solo mantienen la motivación alta, sino que dan claridad a todos los involucrados: padres, maestros, terapeutas y médicos pueden ajustar las intervenciones sobre la marcha, compartir responsabilidades y celebrar logros concretos. Lo que antes era una nebulosa de “creo que mejora” se convierte en un mapa claro que muestra, semana a semana, el surgimiento de nuevas habilidades o nacesidad de ajustes si no conseguimos los objetivos propuestos.
La medicación como apoyo, no como varita mágica
A veces, hablar de medicación en el autismo es como encender una mecha delicada. Pero la realidad es que en ciertas situaciones un tratamiento farmacológico adecuado puede cambiar de manera muy positiva a niños que lo requieren. No se trata de alterar la esencia del niño, sino de darle un margen mejorar su control inhibitorio, mejorar su capacidad de atención para que pueda concentrase y poder aprender nuevas habilidades.
¿Altos niveles de ansiedad que impiden concentrarse en la atención conjunta? ¿Impulsividad que sabotea cualquier intento de completar una tarea? Una medicación bien ajustada puede convertirse en el estabilizador que permite que las demás piezas del rompecbezas encajen. Siempre bajo la supervisión de un especialista, siempre combinada con las estrategias conductuales y educativas que construyen la base del progreso.
Un equipo sincronizado: padres, terapeutas, maestros y médicos, caminando en la misma dirección
En el abordaje del autismo; todos los esfuerzos deben ser adecuadamente coordinados y direccionados en la misma dirección. Padres, terapeutas, maestros y médicos deben entender qué metas son esenciales, qué se está midiendo, y cómo cada estrategia está conectada con las demás. Este compromiso compartido es como una gran orquesta: cada instrumento aporta su nota, pero solo cuando todas suenan en armonía emerge la sinfonía del cambio.
Como me comentó un profesor de uno de mis pacientes: “Cuando todos conocemos lo que tenemos que hacer y lo hacemos, los avances del niño no son una casualidad; son la consecuencia lógica de un esfuerzo conjunto.”
Conclusión: simplificar para avanzar, enfocar para transformar
El mundo del niño con autismo y su familia puede ser abrumador, pero la verdadera diferencia surge al concentrarse en lo esencial. Priorizar la atención conjunta y el control inhibitorio es como encender dos luces fundamentales en un cuarto oscuro: no solo permiten ver mejor el espacio, sino que abren camino a otros logros que antes parecían inalcanzables.
Cuando medimos los avances, nos responsabilizamos mutuamente y aceptamos la medicación como un aliado cuando es necesario, el progreso deja de ser un mito. Se vuelve tangible, mesurable, compartido. Cada pequeño paso es una piedra firme en el sendero hacia un futuro más conectado, pleno y significativo. El cambio real comienza cuando dejamos de lado la dispersión y nos enfocamos, con convicción, en lo que verdaderamente importa.